25 de septiembre de 2012

¡Bienvenidos al Subte!


Uno de los transportes públicos más utilizados en la Ciudad de Buenos Aires es el subte. La mayoría de los usuarios lo elige por la rapidez de este medio para llegar a destino, sobre todo porque evita el tránsito infernal que bloquea las calles porteñas.
Esta descripción sin detalles denota lo bueno de este servicio, pero la verdad es que debemos considerarnos dichosos de sobrevivir en cada uno de los viajes, sobre todo en hora pico.
Voy a referirme al subte A, pero puede que encuentren similitudes en cualquiera de las líneas que utilicen.
El subte llega a la última estación, o la primera, según como se mire. Reposa unos minutos y vuelve a salir.
En hora pico, si estás en una de las estaciones de orígen, se supone que tenes muchas chances de sentarte, pero esas oportunidades suelen ser mínimas. El tren llega con la mayoría de sus asientos ocupados, ¡maldita sea!, es lo que exclamamos más de uno. Lo que ocurre es que se utiliza  la técnica del rebote. Por ejemplo: una de las estaciones de orígen es Carabobo y le sigue Puan. Con el fin de asegurarse un asiento para ir a Plaza de Mayo, la gente se sube en Puan y viaja en sentido contrario hacia Carabobo, no se baja y espera que el subte vuelva a salir. De esa forma, los pasajeros que esperan con la esperanza de encontrar un asiento ven trunca esa posibilidad, algo que genera un soberano mal humor.
Se supone que el rebote ya no puede hacerse tan seguido en la estación Carabobo, porque muchas formaciones, a pesar de que es el fin del recorrido, luego de que bajan todos los pasajeros siguen de largo y quedan varadas unos minutos, a unos cien metros de la estación.
No les recomiendo pasarse. Cierta vez me quedé dormida al llegar a la última estación y me desperté cuando se cerró violentamente la puerta de uno de los coches históricos del subte A. Los que toman este ramal saben de que hablo, y los que no, imaginen que bien cerca de sus oídos alguien golpee fuertemente dos objetos contundentes. Así suenan las puertas del A al cerrarse (cuando se cierran porque muchas veces quedan abiertas). Es decir que, si vas durmiendo, cada vez que una puerta se cierra saltás cual payaso con resorte que asoma desde el interior de una caja de sorpresas. Así salté al despertarme y darme cuenta que dejaba atrás la estación Carabobo, mientras me internaba en el túnel sin saber donde pararía, y si el subte volvería a salir enseguida o no. Por suerte paró aproximadamente a una cuadra de la estación y volvió a salir bien el guarda y el chofer tomaron nuevamente sus puestos. Lo gracioso fue verles las caras cuando me asomé por una ventanilla y les grité: ¡Ey, estoy acá!. No lo recomiendo en absoluto.
Sigamos... el subte llega con la gente que ya está sentada, más la gente que se baja, y se produce el siguiente fenómeno: los que esperan en el anden sedientos de poder ocupar un asiento, no dejan bajar a los que quieren hacerlo, y suben arrasando con todo lo que se les cruza por el camino. Prácticamente matan por ir sentados. En ese momento el cruce de miradas fulminantes y puteadas es considerable. Aunque esto sólo sucede en hora pico, durante el resto del día, salvo excepciones, la gente todavía respeta el orden establecido que indica que primero se debe dejar descender a los que llegan a la estación, para luego subir.
El subte se llena y aún se encuentra en la primera estación, es decir que queda todo el recorrido por delante. Comienza a avanzar y en cada una de las paradas suben más pasajeros, generando un apretuje fenomenal. Cada persona intenta acomodarse a como de lugar y se inserta en los pequeños huecos que van quedando. De esta manera se forma una masa compacta de gente. Se genera tal revoltijo de cuerpos, que hasta podes quedar parado fuera de eje. Es decir que de no estar en medio de esa maraña de partes humanas (porque ya no se distinguen cuerpos enteros) sería imposible mantener el equilibrio. Es muy incómodo vivir esto en cualquier momento del año, pero en verano se vuelve particularmente mal oliente y sudoroso, totalmente repugnante.
Mucha gente no dice nada ante tal situación, se los ve resignados. Otros se enojan, se pelean hasta putearse. Están los que indignados brindan sermones sobre lo mal que estamos. Nunca falta alguna mujer que grita porque se queda sin aire, otros porque los están pisando, o clavando un codo. Yo me tiento de risa; no pregunten por qué el abstraerme y ver esa postal desde lejos me da risa. Supongo que me río para no llorar. Y la lista de reacciones se hace interminable.
Los clásicos vagones del subte A, que datan de la década de 1910, pueden ser muy llamativos para los turistas que se viven sacando fotos en ellos, maravillados por viajar en un tren de la edad de piedra. Pero para los que usamos este medio de transporte habitualmente, resultan incómodos y extremadamente inseguros. Mientras circula, se observa como la estructura de madera se mueve hacia los lados, al tal punto que por momentos pareciera que fuera a desarmarse. Realmente es muy impresionante.
Hace unos meses subieron a más del doble el boleto. Más allá de la discusión sobre si corresponde tal aumento o no (yo creo que no), lejos de ver alguna mejora, cada vez se viaja peor. Pero seguramente lo que no entendimos es que se trata de una atracción más, de lo pintoresco de Buenos Aires: una ciudad en la cual podes decidir si disfrutas de los eventos en la rural junto a las vaquitas, o haces la experiencia de vivir en carne propia lo que siente una vaca cuando viaja al matadero. ¿Pobre vaca?    

28 de julio de 2012

De cuerpos mojados y toallones

Algunas mujeres tienen el don de maquillarse en cualquier lado, inclusive en los transportes públicos. No es mi caso, carezco de tal habilidad. Cuento con algunas otras de poco glamour, pero totalmente útiles y prácticas. Les voy a compartir una. Va dirigida al público femenino, ya que, ustedes hombres, son mucho más simples para ciertas cosas. Hace unos días tuve una revelación sobre un tema no importante, pero si lo suficientemente pintoresco como para llamarme la atención. En una conversación casual con una mujer (no pregunten como llegamos al tema en cuestión), me vengo a enterar de que al salir de la ducha, usa una toalla y un toallón para secarse, algo que me sorprendió. Toda la vida usé un toallón, al igual que mi mamá. No se si mi madre se acostumbró a secarse de esa manera para economizar y no comprar tantas toallas o simplemente es una costumbre. Sea como fuere, heredé la habilidad para secarme solo con un toallón. Volviendo a mi conversación con la mujer, ella sostuvo que si o si necesita secarse con dos toallas, porque de otra forma mojaría el baño por el chorrear del pelo. Evidentemente estaba con poco para hacer en esos días y me encargué de realizar una encuesta. La pregunta fue direccionada sólo a mujeres, que debieron responder cuántas toallas o toallones necesitan para secarse al salir de bañarse. El resultado fue contundente: una gran mayoría usaba como mínimo dos toallas y algunas confesaron que necesitan hasta tres para escurrirse bien y no mojar nada. Solo una minoría dijo utilizar una sola prenda. Todas argumentaron que el problema es el pelo chorreante, a la vez que expresaron su pesar por tener que lavar toallas a lo pavote. 
Urbanicienta al rescate... he aquí una serie de instrucciones para que aprendan la técnica de secado, utilizando nada más que un toallón.

Aclaración: Todo el proceso se desarrolla dentro de la bañera. Es necesario que el toallón sea grande y mullidito. 
  • Lo primero que debemos hacer, aún sin tocar el toallón, es darle una buena escurrida al pelo. 
  • Tomamos el toallón y nos secamos el frente del cuerpo. Comenzamos por la cara, orejas. Bajamos a los hombros, seguimos por los brazos, el tronco. Luego bajamos a nuestras partes íntimas y secamos también. Llegamos hasta la mitad del muslo y paramos ahí, para dirigirnos hacia la parte posterior.  
  • Desplazamos el toallón y lo colocamos en nuestra espalda como si fuera una capa. En esta posición volvemos a darle una nueva escurrida al pelo, y procedemos a sacarnos la espaldita en su totalidad, para luego bajar un poco más y secar nuestras nalgas (no encontré mejor expresión, culo suena feo). 
  • Nos inclinamos cabeza abajo, como esperando recibir una patada en “la posición obliga”. Tiramos el pelo hacia abajo, le colocamos el toallón encima y lo frotamos para que siga escurriendo un poco más. 
  • Nos incorporamos y pasamos al secado de pies y piernas. Comenzamos con un pie y continuamos con el secado de la pierna, de abajo hacia arriba, para favorecer la circulación. Una vez terminada la primera pierna la sacamos y pisamos la alfombra, u hojota, o lo que sea que nos espere fuera de la bañera. De la misma forma secamos el otro pie y la pierna restante, y terminamos de salir de la ducha. 
  • Por último volvemos a inclinarnos con la cabeza y el pelo hacia abajo y hacemos el envoltorio de pelo final, de la misma manera que lo hacen cuando usan una toalla pequeña.                                          

De esta forma damos por terminada la faena. Si cumplen con estos pasos a rajatabla les garantizo que no van a derramar ni una gota sobre el piso. Descrito así parece una ardua tarea, pero nada más lejano, se lleva a cabo en apenas un minuto, como mucho en un minuto y medio. Sólo queda que decidan si se llevan la ropa para cambiarse dentro del baño o salen corriendo hacia la habitación con todo al descubierto, ya que el toallón lo tienen en la cabeza.
Una revista de moda y belleza culminaría diciendo: Buena suerte con este gran reto muchachas, lleva años perfeccionar el método, pero se puede, sólo deben ser constantes y practicar.
Yo les digo: el método es simple, si no les sale, consideren la posibilidad de que, quizás, sean unas inútiles y hagan un mea culpa.