22 de abril de 2010

Cuando los peatones vienen marchando


Mucha gente camina por la calle Corrientes en hora pico, yo soy una de ellas y lo hago de forma regular. Es sorprendente ver la variedad de ritmos, formas y expresiones de las personas que circulan por esta avenida de la Ciudad de Buenos Aires. He aquí una descripción.
Se observan grandes cantidades de caminantes (por no decir todos) con cara de preocupación, como si sus cabezas estuvieran en un mundo paralelo tratando de buscar soluciones en el aire.
Están los que avanzan con lentitud, mirando vidrieras, eligiendo qué comprar o deseando, quizás, aquello que no les es posible obtener.
Personas que se desplazan rápido, en una especie de carrera imaginaria, sorteando a quienes se crucen en su camino, sintiendo satisfacción cada vez que logran pasar a un casual competidor.
Otros se mueven a velocidad normal, percibiendo todo lo que hay a su alrededor, es muy común que paren de golpe su marcha provocando choques en cadena sólo porque algo les llamó la atención. Su lema es “voy caminando solo por la vida, me importa un bledo el que viene detrás”. Estos especímenes suelen motivar mi sangre italiana arrancandome improperios muy facilmente.
Nunca falta aquel arrebatado que camina chocando a todos y que no tiene la mínima cortesía de pedir disculpas. Tampoco está ausente el que protesta ante tal actitud y lo manda a…bueno, todos sabemos a donde lo manda.
Vemos a quienes transitan por inercia, sumergidos en un cansancio extremo. Lo hacen de forma inconsciente, como pisando nubes, trastabillando con cada baldosa rota.
El malhumorado, ese que está enojado con la vida, capaz de transmitirte todo su enojo, su odio, su bronca en tan sólo una fracción de segundo.
En contraposición encontramos el denominado “alegría del hogar”, también llamado "loco lindo" o "ser de luz". Siempre con una sonrisa en la cara, irradia buenas ondas, es aquel que todo lo ve de manera optimista.
Algunos lo hacen paseando a su perro que, como todo can que se digne de serlo, se detiene todo el tiempo para oler las partes íntimas de cualquier persona que esté por allí, o se dispone a hacer sus necesidades (caquita) en medio de la vereda, desechos que se convierten en obstáculos a esquivar por los transeúntes.
No podemos pasar por alto la babosa humana, persona a la cual se le cae la baba de una forma desmesurada, que circula balbuceando frases de mal gusto a cualquier mujer que pasa por su lado o que camina unos metros más adelante, expresiones del calibre de “mamita que pedazo de...”.
Y hablando de mamita, ahora en un sentido tierno, están las madres con sus niños a cuestas, con miradas desencajadas, cansadas de luchar con ellos para que no pierdan el paso, que no suelten su mano, cuidando que no se peleen, que no se griten, actitudes que suelen tener los chicos, propias del fastidio que les produce el estar en medio de una marea de gente.
El adolescente rebelde que camina llamando la atención, portando una vestimenta desprolija, escuchando el mp3 a todo volúmen, con cara desafiante y esa expresión como diciendo... ¿qué me miras?, ¿querés que te surta?
Los empleados de oficina que siempre visten elegantes, llevando sus maletines. A pesar del ruido infernal que produce el tránsito vehicular puede escucharse el sonido de sus tacos golpeando las baldosas.
Cómo olvidarme de los abuelitos que, lógicamente, van a su ritmo, tratando de pisar bien y no caerse, viendo como la gente los esquiva como si fuesen postes, rogando que ningún arrebatado los atropelle.
Quizás se pregunten en cuál de todas estas descripciones me veo reflejada, quisiera responderles, pero paradójicamente no tengo la respuesta. Lo que ocurre es que paso tanto tiempo observando a las personas que se cruzan en mi camino que me olvido de mirar hacia adentro. Por eso, haganme un favor: si me llegan a cruzar por la calle describanme, estoy intrigada...

14 de abril de 2010

¡Un asiento por favor!


Diez, quince, veinte, treinta, cuarenta minutos de espera. Cargada con la pesada mochila que llevo conmigo todos los días. Al fin llega el colectivo, frena pasando la parada por unos metros, camino rápidamente y subo. Saco el boleto, observo bien y todos los asientos están ocupados ¡maldición!
Un sentimiento de angustia me invade. Si, de angustia. Aquel que no depende del colectivo como único medio de transporte no tiene idea de lo que estoy hablando. Conseguir un asiento cuando el “bondi” viene lleno, es toda una odisea; hay que trazar una estrategia, no es moco de pavo.
Lo principal es decidir en qué lugar ubicarme. Esta decisión es importante porque de ella va a depender la oportunidad de posar mi trasero en un asiento. Pero, ¿cómo elegir bien?. En principio empiezo a ver quien tiene cara de bajarse rápido, pero claro, las caras no dicen mucho en ese sentido.
Jamás hay que pararse delante de un pasajero que va profundamente dormido porque lo más seguro es que se baje después que uno. Aunque me he llevado chascos con este principio. En ocasiones, la persona viene durmiendo desde hace rato y se despierta sobresaltada porque está a punto de pasarse y se baja en la próxima parada, y yo, habiendo decidido ir hacia el fondo quedé puteando a los cuatro vientos por no haberme quedado allí. Pero por lo general aquel que va durmiendo es porque le queda mucho recorrido.
Otra cosa que hay que observar, es el movimiento. Si la persona está colgándose bien la cartera o el bolso, cogoteando para ver a la distancia por el parabrisas del chofer, con cara de ¿es esta o la otra?, parate ahí que seguramente baja en seguida. De todas formas hay que estar atentos, de vez en cuando te topas con algún inquieto que por sus movimientos parece que fuera a bajar pero son puros amagues.
Cuando no hay signos claros hay que arriesgarse. Lo mejor es pararse entre dos asientos, ocupando bastante lugar para tener más posibilidades, se supone que por derecho te corresponde el asiento que tenés delante. A no ser que algún usurpador descarado con cara de “yo no fui” se atraviese y se siente primero.
Otra estrategia es ir directamente al fondo y agarrarte del último caño para que queden a tu disposición los asientos traseros, más el que tiene el pasamanos. No siempre funciona, me ha ocurrido ver como los asientos de adelante se iban desocupando, y yo parada ahí atrás cargando mi mochila, con la espalda destrozada, lamentándome por haber tomado una posición errada. Sucede que, de pronto, ese lamento va mutando y de a poco da lugar a la bronca. Le voy tomando bronca a la persona que va sentada y no se baja; llegó a mitad de camino y no se baja, me falta poco para llegar a destino ¡y no se baja!. Por dentro voy enfurecida..."no te vas a bajar y ¡la re PQLRP!" Y el pobre no tiene la culpa de haber subido al colectivo antes que yo, haber conseguido asiento y bajarse después o justo en la misma parada en la que me bajo.
Por eso es importante decidir bien, después queda librado a la suerte, al azar, a los astros y vaya a saber uno a qué más. Qué se le va a hacer, asi es la vida cotidiana del pobretón sin auto.