20 de marzo de 2011

!Qué cola!

Colas por aquí y por allá para todo: en paradas de colectivo, en las boleterías del subte, del tren, en el banco, en la puerta de un boliche y en tantísimos lugares más. Donde sea que vayas te espera una condenada cola, que representa una total pérdida de tiempo, es densa, una verdadera porquería.
Si bien todas son colas, tienen diferentes características. Las hay cortas y largas. Delgadas y anchas, estas últimas con varias personas ocupando lo que, en otras filas, sería el lugar de una.
También poseen diferencia de ritmos. Hay colas que avanzan rápido y otras son extremadamente lentas. Depende donde estemos haciéndola. Por Ej. La cola del colectivo; una vez que llega la unidad a la parada, avanza ligero. En cambio si estamos en la cola de un banco, podemos perder más de una hora en la espera.
Lejos de ser algo relajado, el estar en la cola provoca tensión y alimenta el estrés. Hay que estar atentos y no bajar la guardia para que no se filtren los “colados”: gente poco educada que espera que tengamos un momento de distracción para mezclarse entre los que están mejor ubicados. Conviene pescarlos en el preciso instante en que están, sigilosamente, usurpando un lugar en la fila. Si no los agarrás “con las manos en la masa” se complica acusarlos. Son personas faltas de vergüenza, que afirmarán de forma convincente que ese lugar les pertenece. Mientras la discusión se desarrolla la fila seguirá avanzando hasta que le toque el turno, y ahí perdiste.
En toda cola hay, como mínimo, un “lenteja” que se mueve en cámara lenta, pregunta a repetición queriendo saber hasta el más mínimo detalle, muchas veces inservible; si está efectuando un pago o comprando algo, agarra el vuelto muy despacito y lo guarda moneda por moneda, sin importarle que detrás hay una cola gigante. En estos casos lo mejor es respirar hondo y aguantarse las ganas de gritarle a viva voz una poderosa puteada.
Y siempre aparece alguien que tiene prioridad: Embarazadas, ancianos, etc. Claro que es justo que no deban hacer la cola, pero seamos sinceros: cuántas veces rogamos al cielo que no llegue nadie con estas características. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, ¡canejo!
Qué decir de los que, ajenos a la cola, se acercan para hacer “una preguntita”; pero contrario al diminutivo de la expresión terminan haciendo un interrogatorio, entorpeciendo el fluir de la fila. Este es otro de los momentos en los que debemos tomar una buena bocanada de aire y contar hasta diez.
Hay que destacar que las colas son una fuente de trabajo para los traficantes de ubicación: son aquellos quienes ocupan un lugar y luego lo venden al mejor postor.
Para evitar un bajón general, recomiendo no sacar la cuenta sobre cuánto valioso tiempo de nuestras vidas perdemos haciendo colas, porque tomar conciencia de ello sería extremadamente angustiante.
Horas y horas perdidas en estas filas eternas me hizo reflexionar sobre un concepto interesante… esto de las colas para todo es una muestra de lo arcaico y lento que es nuestro sistema en general, lo que me hace pensar que vivimos haciendo colas, pero si lo analizamos bien es al revés, nos viven “haciendo la cola” a nosotros.